Tal como el que juega a una recreativa,
por pura diversión, la cosa está entretenida hasta que se te acaban las
monedas. Hasta que se te acaba el crédito. Y hoy, Mario, mi amigo Mario
Balotelli, estás jugando tu última moneda.
Casi lo primero que supimos de ti fue que
tiraste la camiseta de tu equipo al suelo, con 20 años, en el Inter de Mou. No
tardaste en ganarte la etiqueta de bad boy, queriendo llegar a la altura de
Cantona, o de Gascoine, no lo sé. Y es que las cosas en el equipo neroazzurro no
fueron bien. Normal, si contamos con que te declaraste tifosi del Milán jugando
en el eterno rival. Quizás no fue la mejor carta de presentación. Buscaste
suerte en Inglaterra, tu talento abrió puertas y llegaste al City donde preguntaste,
nos pregustaste "Why always me?" y tu entrenador, que venía
del mismo lugar de donde querías escapar, te respondió que tú eras el único que
llegaste a las manos con él. Las escenas que montabas daban la vuelta al mundo
superando la velocidad del sonido. En todos sitios ya te conocían, ya estabas
en el club de los malos. Pero tu talento te salvaba y llegaste hasta la
azzurra. Allí, en 2012, nos mostraste quién eras, barriendo tú solo a la
poderosa Alemania y nos regalaste una postal con tus lágrimas tras perder en la
final.
Parecía que todo iba a arreglarse, que
las turbulencias iban a acabar. Y para rematarlo, se interesó por ti el club de
tu vida, el AC Milan. Llegaba tu hora. Te tenías que convertir en el líder del equipo
rossonero, de un equipo que posiblemente no era el que admiraste cuando eras niño. Quedaba en un
mediocre suspiro, un triste recuerdo del Milan que atemorizaba Europa. No eras
y no fuiste el líder que necesitaba el equipo y el proyecto fracasó.
Y llegó el verano, y volviste a cambiar
de equipo, ya a nadie le sorprendió. Tras tu gris paso por el Mundial, llegaste
a Liverpool como un parche, un fichaje para crear una falsa ilusión a una
afición que esperaba un león y recibió un perro que solo ladraba. Tu
currículum, abrumado por la inestabilidad, no apetecía en el club Red. Casi te
trataron como una sobra del mercado, la última oferta, la prenda de ropa con
tara, con tu carácter como problema, que se vende y que no convence. Y esta vez tu
talento no te salvó. La sombra alargada del último bota de oro te dejó en la
penumbra, el equipo buscaba en ti un bote salvavidas para seguir ascendiendo y
se encontró a un peso muerto que los hundió más. La gente ya no se cree la
historia de que Balotelli cambiará. Hoy te encuentras en el decimocuarto equipo
de la Premier, sin ningún gol en liga, triste y sin credenciales.
Pero no todo es culpa tuya. El Liverpool
pasó un último curso inolvidable, que lleno de ilusión a los hooligans de la
ciudad de los Beatles. Ahora todo es un recuerdo, que se difumina en un
resbalón que tuvo el capitán, el sueño se fue al suelo a la vez que Gerrard. Y
con la inevitable marcha de Suárez y la mala gestión del mercado, el equipo
vuelve a recordar al conjunto mediocre que vagaba por la Premier sin rumbo y
que cada vez se aleja más en el tiempo de un tal Rafa Benítez.
En
conclusión, el crédito se acaba, la confianza desaparece y los resultados no se
acercan a los deseados. Se acabó la partida. Game Over Mario. Y casi por
arrastre, Game Over Liverpool. Solo me queda invocar a Anfield y a cuatro
letras que más de un milagro han llevado a cabo ya: YNWA.
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