El tiempo y su efecto omnipotente se
llevan por delante a todo aquél que decida anclarse
a un presente que mañana será pasado. El afán de alargar los momentos de
júbilo para intentar hacerlos eternos solo provoca un paso más efímero de estos. Para triunfar hay que
seguir las reglas que marcan las agujas del reloj, el propio calendario y ni
cuando esto sucede no se asegura la victoria, pero si te da la posibilidad de
ella. Y si esa posibilidad existe, ya no dependes del tiempo para alcanzar tus
objetivos, y el Barcelona,
los ha conseguido alcanzar.
El pasado atrapaba a la ciudad
condal cuando el balón rodaba en el Camp
Nou, cualquier movimiento hacia adelante era un simple paso en falso que
daba la sensación de alejarse del camino estable y obligaba a recular a lo
seguro. Intentar alcanzar los éxitos que un día se consiguieron usando los
mismos métodos que en años pasados es una
dócil estrategia que obvia el paso del tiempo y
intenta hacer redundante la evolución del resto del mundo. Cualquiera que no
valore en su posible ecuación tal variable tiene las de perder. Por suerte el
club, el equipo, ha sabido arrancarse ese lastre que llevaba colgado en el
cuello, soltarse de la
estaca que le clavaba al 2009 y
aceptar que aunque llegaron a ser los mejores del planeta, nunca pudieron
ni podrán derrotar a Cronos.
Puede parecer que el cambio del que
se habla no ha sido de tal magnitud, pues lo que hoy vemos de azulgrana en los
campos de Europa no dista tanto de lo que un día vimos. Pero no es así. La genética intrínseca de
este Barça es radicalmente opuesta a
la que vimos a las órdenes de Pep: la responsabilidad y la determinación que
antes centrábamos en el banquillo se ha esparcido entre los jugadores dejando a Luis Enrique como un trabajador más dentro del
vestuario y no como un visionario. Sin querer criticar a nadie, de verdad.
Además, el centro de gravedad del terreno de juego se desplazo de la medular a
la delantera, dejando como única conexión a la piedra angular que une todo lo
que significa el Barça de hoy y de ayer: Leo.
El Barcelona ha vuelto al que fue su
punto de partida, el triplete,
pero no sin antes soltarse de lo que le aseguraba la estabilidad y dar dos
pasos hacía lo incierto. Y aunque el primer paso casi les hundió en lo oscuro
allá por enero, lo cierto es que Lucho fue lo suficientemente valiente para no
girarse y retroceder, sino avanzar. Eso sí, él solo no lo habría conseguido, la
piña hizo la fuerza.
Así pues, los culés vuelven a estar
en la cima tal como una vez estuvieron. Pero ya es bien sabido que lo difícil
no es llegar, sino mantenerse, quedarse. Y eso no se consigue quedándose donde
se está, eso se logra volviendo
a bajar a pie por tu propia voluntad para
volver a tener la ambición que un día te llevó allí, y así demostrar al propio tiempo
que aceptas su reto permanente.
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