No había pisado aún
la calle esa mañana, pero desde dentro de la habitación ya sabía que nos íbamos
a encontrar: estamos en Londres, así que cuando abandonamos el hotel el cielo
estaba plagado de nubes grises y soplaba un viento gélido que avisaba del frío
que iba a hacer durante el día. Después de un buen desayuno, sin más dilación,
mis compañeros y yo pusimos rumbo a nuestro destino, que no era otro que Boleyn
Ground, el mítico estadio del West Ham, el equipo del este de Londres.
Era temprano. El
saque inicial estaba previsto para las 12:45 hora local, y nosotros nos
dirigíamos hacía el metro pasadas las diez con la intención de aprovechar la
mañana por los aledaños de Upton Park y observar el ambiente. Al campo, que
está en las afueras de la ciudad, se llega a través de la línea rosa del “tube”
bajando en la parada bautizada como el propio barrio: Upton Park. Ya en el
metro nos arrepentíamos de ir tan temprano, pues no veíamos a nadie con los
colores del equipo local en nuestro vagón. Pero ya era demasiado tarde para
volver hacia atrás. Cambiamos de opinión al bajar. Del mismo convoy bajaron
decenas de personas con pequeños detalles de granate y azul bajo la ropa de
abrigo que requería el día. Estábamos en el sitio perfecto a la hora perfecta.
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Aledaños del estadio |
Al pisar la calle
confirmamos lo que minutos antes sospechábamos. Miles de fans ya estaban en el
barrio esperando la hora del partido. El paisaje era sino más curioso:
obviamente en las afueras de Londres el barrio era bastante sencillo,
combinando las típicas casas británicas con algunos comercios y bares, en los
que destacaban ciertos establecimientos de comida rápida con pinta de antiguos
con increíbles colas de gente para llevarse algo a la boca antes del encuentro,
dejando en ridículo los puestos de las grandes cadenas de fast-food que también
daban acto de presencia. Andando un poco más vemos el primer pub lleno de lo
que parecen ser hooligans, o como mínimo fans apasionados por los Hammers, con
su pinta en la mano. En la puerta se puede leer en letras bien grandes “NO AWAY
SUPPORTERS, PLEASE”, cosa que nos deja claras algunas ideas y que al final hace
que no demos cuenta que estamos paseando por la mítica Green Street, que da
nombre al film “Green Street Hooligans”, un largometraje con buena crítica que
habla sobre el mundo hooligan en el nuevo futbol inglés. Seguimos avanzando y
al levantar la cabeza, entre los edificios, lo vemos. Observamos la parte más
alta de la tribuna del estadio donde se puede leer West Ham United. Imagen para
postal.
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Detalle de Boleyn Ground desde la calle |
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Primera vista de Boleyn Ground |
Giramos la esquina y
nos enfrentamos a la tribuna, la entrada principal del estadio, presidida por
dos especies de torres medievales, tales como las del escudo del club que se erigen
entre la antigua fachada de la construcción. Impone. Posiblemente no sea el estadio
más grande ni el más espectacular que hayamos visto nunca, pero visto desde
nuestra perspectiva impone. Y más si pensamos en que fue construido en 1904.
Este es el último año que los irons jugarán en Upton Park, pues el traslado al
Estadio Olímpico se realizará en verano. Antes de llegar, pero nos encontramos
con las puertas abiertas del recinto llenas literalmente de camisetas, flores y
bufandas en honor al mito del club: esa semana hacía veintitrés años que el gran
Bobby Moore fallecía. Para los aficionados hammers el jugador inglés es una
referencia en el club y en la selección, de hecho, no tiene posible comparación
con ningún otro jugador que haya vestido los colores del West Ham. Jugador y
capitán durante veinte años del club y capitán de la selección inglesa que ganó
su único mundial en 1966, hablar del central allí es hablar de una leyenda,
pues incluso posteriormente veríamos una estatua suya cercana al estadio. Tras
esto, rodeamos las instalaciones para vivir el ambiente cada vez más cargado de
los aledaños. Puestecitos donde compramos bufandas y alguna que otra cosa para
picar a causa de la intempestiva hora del partido visto desde horario español.
Tendremos hambre al acabar, seguro.
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Panorámica del estadio desde su entrada |
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Detalles en tributo a Bobby Moore |
Nos adentramos hacía
el campo. La tienda del club está llena. La gente compra bufandas y camisetas
de Moore para posteriormente colgarlas en las puertas de las que hablaba
anteriormente. Estamos a un paso de entrar. Nos dirigimos a los tornos para
encontrarnos ya en las entrañas de las instalaciones, donde realmente se
observa la avanzada edad de Boleyn Ground. El cambio de sede es, aunque
doloroso y nostálgico, necesario. Seguidamente, no lo dudamos ni un momento,
nos asomamos por la primera puerta que da al césped y quedamos impresionados.
El campo está vacío aun, música rock británica de los setenta suena por
megafonía mientras Manonne, portero del Sunderland, el equipo que se enfrentará
hoy a los locales, ataja algunos tiros cerca nuestro. Estamos detrás de la
portería, la tribuna, mucha más alta que el resto de gradas, nos cae a nuestra
derecha. El hecho de que el campo sea asimétrico le da ese toque romántico que
se busca en un partido de futbol inglés. Y aunque es impresionante la
sensación de estar ante un campo centenario, el frio acecha y necesitamos entrar
en calor con alguna bebida, que aunque le falte cierta lógica a la idea,
acabaría siendo cerveza. Algunas líneas
por el suelo nos indican la prohibición de entrar con bebidas alcohólicas a la
grada, una medida bastante absurda si uno se para a pensar, pero que obviamente
acatamos. Así pues, junto a otros fans bebemos nuestra pinta en los pasillos
interiores.
A menos de una hora para el partido, buscamos nuestros asientos:
primera gradería, en un gol, pero relativamente lejos del césped. Uno de
nosotros comenta “cuando empiece, si vemos que hay sitio, nos acercamos delante”.
Pobres ilusos, nosotros. Aunque en el fondo, teníamos ciertas razones para
creer en esa posibilidad, pues mientras el tiempo pasaba y nosotros nos sacábamos
las respectivas fotos para inmortalizar el día, las gradas seguían sin mostrar
un aspecto mínimamente digno. No sería hasta diez minutos antes del encuentro
que, casi automáticamente, las gradas se llenarían para hacer imposible ni
siquiera encontrar un sitio libre en casi todo el campo. Nos tocará
conformarnos con nuestros asientos.
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El césped a una hora de empezar el choque |
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El césped a escasos segundo de que arrancase el encuentro |
Saltan los jugadores al campo y la magia de Boleyn Ground pasa a
la acción. Desde la tribuna empieza a salir una ráfaga de pompas que el fuerte
viento hace bailar a una vertiginosa velocidad por encima del césped, cuando de
repente empieza a sonar el mítico “Forever blowin’ bubbles”, himno de los
Hammers. Todo el mundo lo canta, de pie. Llega las últimas estrofas y la
megafonía calla para dejar solo a la afición. Posiblemente el momento más épico
del viaje. Todo acaba con unos gritos de “¡United! ¡United!” intercalados con
unas palmadas. El partido va a empezar, pero la gente no se sienta. No nos lo
creíamos ¿De verdad íbamos a pasar los noventa minutos de pie? Pues así fue.
Los dos goles permanecen levantados todo el encuentro, así que si queríamos ver
algo, debíamos hacer lo mismo.
Futbolísticamente hablando, se trataba de un partido sin mucha importancia:
el West Ham recibía a un Sunderland en la parte baja de la tabla mientras ellos
trataban de luchar por el sueño europeo. Se podía destacar la aparición de
Manuel Lanzini en el XI de los locales, que volvía tras varias semanas de baja
o el retorno de Sam Allardyce “Big Sam” a la que fue su casa en años
anteriores, pero realmente, hoy el aficionado del West Ham si va al campo es
para disfrutar de su jugador franquicia: Dimitri Payet. No se tardó ni dos
minutos a que la grada coreará su nombre en forma de astuto cántico gritando “We’ve
got Payet” y comparándolo con el mismísimo Zidane. Aunque es verdad que la
grada cantó en varios momentos, los instantes de silencio dominaron. El
aficionado inglés, en contra de lo que la gente piensa, es muy de, en ciertos
momentos, callar y observar el partido. Pero eso sí, no cuando el equipo le
necesita.
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Panorámica durante el partido |
Tras un palo de Noble, el gol del West Ham no tardaría en llegar:
Michail Antonio trazaría una jugada genial que sentenciaría con un balón a la
cepa del poste a la que Manonne ni trató de llegar. El gol se vivió a lo grande
en todo el campo. Al descanso ya, el club homenajeó al ya mencionado
anteriormente Bobby Moore con su familia y sus compañeros de equipo en el campo
recitando unas palabras y acompañados de una fuerte ovación del público al que
siempre será su capitán. El segundo tiempo, aunque sin goles, fue realmente
entretenido, pues el Sunderland tuvo diversas ocasiones claras de gol que
solucionó un genial Adrián y los irons también tuvieron buenas oportunidades para
sentenciar el partido, así que los nervios duraron hasta que Mike Dean señaló
el final, confirmando que los tres puntos se quedaban en casa.
Tras el partido, decidimos esperar que la muchedumbre abandonara
el estadio tras el pitido final para echarnos las últimas fotos. Al despejarse
la grada encontramos a un grupo de seguidores con una pancarta gigante en la
cual se leía “BARCELONA HAMMERS” justo delante de nosotros. El mundo es un
pañuelo, de verdad. También coincidimos con unos colegas de Jorge Molina, del
Betis, que habían venido a ver jugar a Adrián, y con los que estuvimos
charlando un rato hasta que la seguridad nos pidió que abandonáramos el campo.
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Barcelona Hammers |
Como era de esperar, las calles corrían todas en sentido a la boca
del metro, que realmente estaba colapsada. Así que decidimos comer cerca del
estadio para dejar que los aficionados Hammers se fueran tranquilos a sus
casas. Comimos con vistas a Boleyn Ground, dejando atrás una buena mañana de
futbol, más que por el propio deporte, por el ambiente de lo vivido, y por lo
que significa en la historia del futbol inglés un campo como este, que el año
que viene será derruido para dejar paso a la ciudad. Era la primera vez que
estaba en el estadio, pero a la vez era una despedida. Algún día podré decir
que yo vi un partido en un campo de más de cien años de historia. Algún día
podré decir que estuve en Boleyn Ground.