domingo, 6 de marzo de 2016

DIARIO: SOPLANDO POMPAS EN BOLEYN GROUND

No había pisado aún la calle esa mañana, pero desde dentro de la habitación ya sabía que nos íbamos a encontrar: estamos en Londres, así que cuando abandonamos el hotel el cielo estaba plagado de nubes grises y soplaba un viento gélido que avisaba del frío que iba a hacer durante el día. Después de un buen desayuno, sin más dilación, mis compañeros y yo pusimos rumbo a nuestro destino, que no era otro que Boleyn Ground, el mítico estadio del West Ham, el equipo del este de Londres.
Era temprano. El saque inicial estaba previsto para las 12:45 hora local, y nosotros nos dirigíamos hacía el metro pasadas las diez con la intención de aprovechar la mañana por los aledaños de Upton Park y observar el ambiente. Al campo, que está en las afueras de la ciudad, se llega a través de la línea rosa del “tube” bajando en la parada bautizada como el propio barrio: Upton Park. Ya en el metro nos arrepentíamos de ir tan temprano, pues no veíamos a nadie con los colores del equipo local en nuestro vagón. Pero ya era demasiado tarde para volver hacia atrás. Cambiamos de opinión al bajar. Del mismo convoy bajaron decenas de personas con pequeños detalles de granate y azul bajo la ropa de abrigo que requería el día. Estábamos en el sitio perfecto a la hora perfecta.


Aledaños del estadio
Al pisar la calle confirmamos lo que minutos antes sospechábamos. Miles de fans ya estaban en el barrio esperando la hora del partido. El paisaje era sino más curioso: obviamente en las afueras de Londres el barrio era bastante sencillo, combinando las típicas casas británicas con algunos comercios y bares, en los que destacaban ciertos establecimientos de comida rápida con pinta de antiguos con increíbles colas de gente para llevarse algo a la boca antes del encuentro, dejando en ridículo los puestos de las grandes cadenas de fast-food que también daban acto de presencia. Andando un poco más vemos el primer pub lleno de lo que parecen ser hooligans, o como mínimo fans apasionados por los Hammers, con su pinta en la mano. En la puerta se puede leer en letras bien grandes “NO AWAY SUPPORTERS, PLEASE”, cosa que nos deja claras algunas ideas y que al final hace que no demos cuenta que estamos paseando por la mítica Green Street, que da nombre al film “Green Street Hooligans”, un largometraje con buena crítica que habla sobre el mundo hooligan en el nuevo futbol inglés. Seguimos avanzando y al levantar la cabeza, entre los edificios, lo vemos. Observamos la parte más alta de la tribuna del estadio donde se puede leer West Ham United. Imagen para postal.


Detalle de Boleyn Ground desde la calle

Primera vista de Boleyn Ground
Giramos la esquina y nos enfrentamos a la tribuna, la entrada principal del estadio, presidida por dos especies de torres medievales, tales como las del escudo del club que se erigen entre la antigua fachada de la construcción. Impone. Posiblemente no sea el estadio más grande ni el más espectacular que hayamos visto nunca, pero visto desde nuestra perspectiva impone. Y más si pensamos en que fue construido en 1904. Este es el último año que los irons jugarán en Upton Park, pues el traslado al Estadio Olímpico se realizará en verano. Antes de llegar, pero nos encontramos con las puertas abiertas del recinto llenas literalmente de camisetas, flores y bufandas en honor al mito del club: esa semana hacía veintitrés años que el gran Bobby Moore fallecía. Para los aficionados hammers el jugador inglés es una referencia en el club y en la selección, de hecho, no tiene posible comparación con ningún otro jugador que haya vestido los colores del West Ham. Jugador y capitán durante veinte años del club y capitán de la selección inglesa que ganó su único mundial en 1966, hablar del central allí es hablar de una leyenda, pues incluso posteriormente veríamos una estatua suya cercana al estadio. Tras esto, rodeamos las instalaciones para vivir el ambiente cada vez más cargado de los aledaños. Puestecitos donde compramos bufandas y alguna que otra cosa para picar a causa de la intempestiva hora del partido visto desde horario español. Tendremos hambre al acabar, seguro.


Panorámica del estadio desde su entrada

Detalles en tributo a Bobby Moore
Nos adentramos hacía el campo. La tienda del club está llena. La gente compra bufandas y camisetas de Moore para posteriormente colgarlas en las puertas de las que hablaba anteriormente. Estamos a un paso de entrar. Nos dirigimos a los tornos para encontrarnos ya en las entrañas de las instalaciones, donde realmente se observa la avanzada edad de Boleyn Ground. El cambio de sede es, aunque doloroso y nostálgico, necesario. Seguidamente, no lo dudamos ni un momento, nos asomamos por la primera puerta que da al césped y quedamos impresionados. El campo está vacío aun, música rock británica de los setenta suena por megafonía mientras Manonne, portero del Sunderland, el equipo que se enfrentará hoy a los locales, ataja algunos tiros cerca nuestro. Estamos detrás de la portería, la tribuna, mucha más alta que el resto de gradas, nos cae a nuestra derecha. El hecho de que el campo sea asimétrico le da ese toque romántico que se busca en un partido de futbol inglés. Y aunque es impresionante la sensación de estar ante un campo centenario, el frio acecha y necesitamos entrar en calor con alguna bebida, que aunque le falte cierta lógica a la idea, acabaría siendo cerveza. Algunas líneas por el suelo nos indican la prohibición de entrar con bebidas alcohólicas a la grada, una medida bastante absurda si uno se para a pensar, pero que obviamente acatamos. Así pues, junto a otros fans bebemos nuestra pinta en los pasillos interiores.
A menos de una hora para el partido, buscamos nuestros asientos: primera gradería, en un gol, pero relativamente lejos del césped. Uno de nosotros comenta “cuando empiece, si vemos que hay sitio, nos acercamos delante”. Pobres ilusos, nosotros. Aunque en el fondo, teníamos ciertas razones para creer en esa posibilidad, pues mientras el tiempo pasaba y nosotros nos sacábamos las respectivas fotos para inmortalizar el día, las gradas seguían sin mostrar un aspecto mínimamente digno. No sería hasta diez minutos antes del encuentro que, casi automáticamente, las gradas se llenarían para hacer imposible ni siquiera encontrar un sitio libre en casi todo el campo. Nos tocará conformarnos con nuestros asientos.


El césped a una hora de empezar el choque

El césped a escasos segundo de que arrancase el encuentro
Saltan los jugadores al campo y la magia de Boleyn Ground pasa a la acción. Desde la tribuna empieza a salir una ráfaga de pompas que el fuerte viento hace bailar a una vertiginosa velocidad por encima del césped, cuando de repente empieza a sonar el mítico “Forever blowin’ bubbles”, himno de los Hammers. Todo el mundo lo canta, de pie. Llega las últimas estrofas y la megafonía calla para dejar solo a la afición. Posiblemente el momento más épico del viaje. Todo acaba con unos gritos de “¡United! ¡United!” intercalados con unas palmadas. El partido va a empezar, pero la gente no se sienta. No nos lo creíamos ¿De verdad íbamos a pasar los noventa minutos de pie? Pues así fue. Los dos goles permanecen levantados todo el encuentro, así que si queríamos ver algo, debíamos hacer lo mismo.
Futbolísticamente hablando, se trataba de un partido sin mucha importancia: el West Ham recibía a un Sunderland en la parte baja de la tabla mientras ellos trataban de luchar por el sueño europeo. Se podía destacar la aparición de Manuel Lanzini en el XI de los locales, que volvía tras varias semanas de baja o el retorno de Sam Allardyce “Big Sam” a la que fue su casa en años anteriores, pero realmente, hoy el aficionado del West Ham si va al campo es para disfrutar de su jugador franquicia: Dimitri Payet. No se tardó ni dos minutos a que la grada coreará su nombre en forma de astuto cántico gritando “We’ve got Payet” y comparándolo con el mismísimo Zidane. Aunque es verdad que la grada cantó en varios momentos, los instantes de silencio dominaron. El aficionado inglés, en contra de lo que la gente piensa, es muy de, en ciertos momentos, callar y observar el partido. Pero eso sí, no cuando el equipo le necesita.


Panorámica durante el partido
Tras un palo de Noble, el gol del West Ham no tardaría en llegar: Michail Antonio trazaría una jugada genial que sentenciaría con un balón a la cepa del poste a la que Manonne ni trató de llegar. El gol se vivió a lo grande en todo el campo. Al descanso ya, el club homenajeó al ya mencionado anteriormente Bobby Moore con su familia y sus compañeros de equipo en el campo recitando unas palabras y acompañados de una fuerte ovación del público al que siempre será su capitán. El segundo tiempo, aunque sin goles, fue realmente entretenido, pues el Sunderland tuvo diversas ocasiones claras de gol que solucionó un genial Adrián y los irons también tuvieron buenas oportunidades para sentenciar el partido, así que los nervios duraron hasta que Mike Dean señaló el final, confirmando que los tres puntos se quedaban en casa.
Tras el partido, decidimos esperar que la muchedumbre abandonara el estadio tras el pitido final para echarnos las últimas fotos. Al despejarse la grada encontramos a un grupo de seguidores con una pancarta gigante en la cual se leía “BARCELONA HAMMERS” justo delante de nosotros. El mundo es un pañuelo, de verdad. También coincidimos con unos colegas de Jorge Molina, del Betis, que habían venido a ver jugar a Adrián, y con los que estuvimos charlando un rato hasta que la seguridad nos pidió que abandonáramos el campo.


Barcelona Hammers
Como era de esperar, las calles corrían todas en sentido a la boca del metro, que realmente estaba colapsada. Así que decidimos comer cerca del estadio para dejar que los aficionados Hammers se fueran tranquilos a sus casas. Comimos con vistas a Boleyn Ground, dejando atrás una buena mañana de futbol, más que por el propio deporte, por el ambiente de lo vivido, y por lo que significa en la historia del futbol inglés un campo como este, que el año que viene será derruido para dejar paso a la ciudad. Era la primera vez que estaba en el estadio, pero a la vez era una despedida. Algún día podré decir que yo vi un partido en un campo de más de cien años de historia. Algún día podré decir que estuve en Boleyn Ground.

viernes, 19 de febrero de 2016

ME GUSTA EL FUTBOL Y NO VEO EL CHIRINGUITO

Me gusta el fútbol. Sí, ¿qué pasa? Soy ese tipo de persona. Tengo esa afición. Soy de esos que no pueden quedar una tarde de sábado porque juega su equipo, y no es una excusa, de los que en las comidas familiares coge el mando y pone el partido, aunque su tía le mire mal, de esos que les repatea que les pregunten a que hora es el partido de Champions de esta noche. A las 20:45, joder, lo sabe hasta el perro.
Cada uno tiene sus pasiones, ¿no? A ti te gusta el cine o la música y a mí me gusta el fútbol. Veintidós tíos detrás de un balón lo será para ti, igual que para mí lo tuyo puede acabar siendo 180 minutos de interminables cambios de planos. Pero como sé que no lo es, y aunque lo fuera puedo entender que sea de tu agrado y por tanto, como no soy un cavernícola lo respetaré. Porque, mira por donde no, no soy un borrego por el simple hecho de que me guste un deporte de masas.
No sé cómo surgió este gusto por el deporte rey la verdad, porque en mi casa tampoco son muy futboleros. He llegado a la conclusión que debe ser mitad por culpa de los videojuegos de fútbol y la otra mitad de Ronaldinho. Mi madre no se enfadaba conmigo cuando miraba partidos con diez años, tampoco parece tan malo este hobby, pues. A todo esto añádele que he vivido en una época que ser del Barcelona era más fácil que nunca estos últimos años, y al final, todo cae por su propio peso. Te enganchas.

¿Por qué si veo un partido tengo que oír "siempre con el puto fútbol"?

Porque sí, me gusta mucho el fútbol, pero, lo siento, yo no veo el Chiringuito. Existe gente así, aunque no os lo creáis. No porque me guste el balompié grito sin camiseta cuando mi equipo marca, ni me caen mal los merengues y los pericos ni me subo en la barra del bar de Koki y me bebo un cubata de un trago, simplemente lo disfruto. Te equivocas en pensar que todo aquel que tiene el plus liga y el plus fútbol se comporta como los colaboradores de Pedrerol el día en que su conjunto gana al eterno rival. No hagas pagar justos por pecadores. ¿A que tu amas el cine pero tu película favorita no es Torrente 5?¿A que aunque te apasiona la música no has ido a ningún concierto de J. Balvin en tu vida? No parece tan difícil de entender con estos ejemplos. Con el fútbol pasa lo mismo. Existe un fútbol culto. Lee, infórmate, búscalo porque existe y a mucha gente le gusta. Se puede disfrutar de un partido sin parecer un borrego, la gente lo hace.
Estoy harto de que cierta gente vea en todos los amantes de este deporte unos fanáticos radicales. Quítate esa idea de la cabeza y para de repetir los mismos clichés de "tendría que darles vergüenza con lo que cobran" o "con la que está cayendo y lo que han pagado por tal jugador" porque igual que el fútbol mueve cantidades astronómicas y vergonzosas, también lo hace el mismo cine o el mundo de la música, y como amante del balompié, déjame poner en duda que cualquier película o canción te sepa mejor a ti que a un futbolero que su equipo gane una copa o consiga un ascenso. Incluso te podría llegar a decir, que el fútbol es algo mucho más noble que la mayoría de tus pasiones.

Para de decirme que "el fútbol es una tontería"

Ahora sí, comparto que puede no gustarte, como no. Faltaría más. Vete al cine el día del Madrid - Barça y pasa la sección de deportes del diario rápidamente, porque entiendo, que tal como está el país ahora, si no te gusta el deporte rey tienes que acabar hasta los mismísimos de toda la porquería de información que se da el día a día sobre esto. Porquería la información, porque lo es, pero no el deporte en sí. Pero por favor, déjame disfrutar a mi del fútbol, no me mires como a un borrego cuando estoy con un partido y, sobretodo, no me vuelvas a decir más eso de "veintidós tíos detrás de un balón". Así no, tú.

lunes, 8 de febrero de 2016

LA HISTORIA INTERMINABLE

Ya ha pasado más de una década desde que Wenger y los gunners no son campeones de esta maravillosa competición llamada Premier League. Queda ya lejos, en nuestra memoria, aquel equipo invencible lleno de jugones que reinó allá por 2004 en Inglaterra, y es que ya hace tiempo que eso de “The Invincibles” suena más a película taquillera de algún superhéroe de Marvel que a un equipo inglés de futbol, pues la liga ya no es lo que un día fue, y resulta improbable pasar una temporada sin conocer el amargo gusto de la derrota al menos, una vez.
Hace años que el Arsenal dejó de soñar con repetir esa increíble hazaña, su objetivo se ha vuelto mucho más pragmático: llegar al final de temporada en primera posición de la tabla. Y pasan las campañas y ya no solo los aficionados gunners, sino todo aquél que siga con un mínimo de atención la Premier se conoce la historia interminable de los londinenses: esas ilusiones de inicio de curso, ese bajón a mitad de temporada, y el último arreón cuando la gesta ya parece imposible. Cada año que pasa, Wenger repite su particular día de la marmota con la particular plaga de lesiones, la típica eliminación en Europa y algún resultado escandaloso que saca los colores al técnico francés y que acaba con voces preguntado cuando se acabara su etapa en el club.

Arsene Wenger durante su etapa, ha sido muchas veces cuestionado

Lo que hace especial esta temporada no es una simple casualidad, no. Lo que ha pasado este año en la Premier es una alineación de planetas jamás vista para que el Arsenal se haga con su tan preciado trofeo: el escalabroso año del Chelsea, la prolongada estancia de Van Gaal en Old Trafford y la campaña irregular del City han dejado a los gunners como el único “grande” (si es que se puede llamar así a algún equipo en Inglaterra hoy en día) con opciones al título. De hecho, hace menos de 3 semanas, eran líderes por delante incluso del fenómeno Leicester que hoy vuelve a ocupar la primera plaza, ya que el bajón del que hablamos anteriormente ha tenido su efecto en tres partidos sin conocer la victoria, incluso sin marcar ni un gol. Tras la victoria ante el Bournemouth por 0-2, cerraron la sangría, pero dejaron escapar una posición privilegiada, y ahora tendrán que afrontar la recta final de la campaña teniendo cinco puntos de desventaja con el líder.

El Arsenal chocó contra Foster en su encuentro contra el Southampton y dejó escapar dos puntos

Visto esto, ¿por qué creer que el equipo puede acabar con su historia interminable? Razones existen. Primero de todo, el Arsenal sigue en una situación ventajosa respecto al actual big-four, del cual algunos ya no optan ni a pelear por el trofeo, pero sobretodo es importante que se mantenga por encima del Manchester City, rival con el que a priori debería pelearse el título. Además, aunque se encuentra en tercera plaza, la experiencia de la plantilla gunner en la pelean por el campeonato frente a los rivales que tiene por delante les da cierta ventaja en finales ajustados, a parte del hecho de que posiblemente sean los de Wenger  aquellos que lleguen con mejor forma física y banquillo a las jornadas decisivas y que ganar en el Emirates siempre es más difícil que en White Hart Lane o en el King Power Stadium.
Pero si por un motivo el Arsenal debe ser el máximo aspirante a esta Premier es por la madurez que ha conseguido alcanzar Wenger en su plantilla. El equipo ha dejado de ser un club puente hacia el éxito para los jugadores para transformarse en el lugar donde grandes figuras vienen para ganar, como claro ejemplo Alexis y Özil, piezas claves y fundamentales de este Arsenal, que abandonaron clubes grandes y por los que la directiva hizo importantes esfuerzos económicos para liderar al conjunto hacia la victoria, y no como un escalón en su progreso personal como en los últimos años nos ha tenido acostumbrado Arsene, que fichaba promesas para que años más tarde se fugaran a clubes con más aspiraciones.

Özil ha dejado atrás su irregularidad esta campaña


Esta madurez de la que se habla debe ser el factor clave del Arsenal de hoy,  y con ella debe dar un golpe sobre la mesa para demostrar que está preparado para ganar la Premier y dejar atrás esta historia interminable del eterno aspirante al título que siempre se queda en las puertas. Esta es la temporada del Arsenal, la temporada de Wenger, y si la desaprovechan, puede ser que tengan que pasar muchos años para otra alineación de planetas como la de hoy en día.