Era un miércoles especial, Pep volvía al Camp Nou. O quizás simplemente era especial porque
volvíamos nosotros, los culés, a la fase final de la Liga de Campeones; esa
fase de la que nos ausentamos el año pasado. Un año horrible que al final,
gracias al contraste que ha creado esta campaña respecto a la anterior, ha hecho que la ilusión vuelva a crecer en Barcelona.
Me dirigía temprano hacía el estadio, quedaban algo menos de
dos horas cuando subía a un metro casi vacío, y ponía dirección Badal.
Normalmente, esta línea suele estar llena de aficionados que llegan justos al
campo, pero no a esa hora. Sin embargo, todo cambia cuando vuelves a salir a la
calle. Ahora predomina el blaugrana.
La mayoría de la gente lleva su camiseta con el nombre de su ídolo detrás y se
dirigen, sino al campo, a sus cercanías. A esas cercanías llenas de bares y de
peñas que le dan al barrio un toque especial. Sobre todo en día de partido como
hoy. Pero sin duda, lo que más impresiona
de allí es levantar la vista y divisar, aun en la lejanía, la parte más alta
del majestuoso Camp Nou. “Hoy es un
miércoles importante”, me pasa por la cabeza.
Ponemos rumbo al complejo culé. Pasamos por esas calles tan del estilo de les Corts, un poco
estrechas y sombrías, donde los coches pierden preferencia frente las marabuntas
de hinchas que cruzan calles sin importarles cualquier señalización y donde en
cada esquina hay algún culé con su Estrella en la mano comentando con
su compañero opiniones sobre el deporte rey. En esas terrazas improvisadas se
aprende más de futbol que escuchando ciertos programas deportivos. A ello que
pasamos por el lado de un bar donde se encuentran los Almogàvers, el grupo de animación del club, y allí empezamos
a ver alguna camiseta alemana. Más exactamente presenciamos una curiosa escena
donde un hincha del Bayern y otro de
Barça se retan a ver quién grita más fuerte el nombre de su equipo. Entre
cervezas, parece que hay un empate técnico. Se empiezan a oír cánticos
procedentes de la siguiente terraza.
Esto se anima.
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Paradas de camisetas y bufandas en las cercanías del Camp Nou. |
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Zona principal de entrada al campo. |
Llegamos a uno de los accesos del Barça, y nuestra llegada
coincide con la del autobús de los
alemanes, que al pasar por delante de la zona de los hinchas culés ven como
hasta se enciende alguna bengala y se
oyen ciertos pitos y abucheos. Las camisetas del equipo alemán empiezan a
verse con más frecuencia. Decidimos ir hacia las entradas de la tribuna
principal. El ambiente es espectacular.
Cuesta avanzar entre tanta gente vestida con la camiseta culé. Ya dentro de las
instalaciones, vemos los dos grandes puentes que comunican las oficinas con el
estadio y la parte exterior de la tribuna con una gran imagen de los jugadores. El Camp
Nou, un estadio de más de cincuenta años, parece rejuvenecerse en esta
zona. El ambiente es jovial, pero a la vez que pasan los minutos la tensión
crece: el partido es importante, el equipo no se puede permitir perder. La seriedad va aumentando. Después de
pasar el rato dando una vuelta por esta zona, viendo diferentes equipos de televisión de todo el mundo hacer entrevistas
y previas sobre el partido, decido
volver a la puerta 37, en el gol sur, a esperar a mi otro compañero, que
por culpa del tráfico, llegará justo.
Me siento en unas grandes escaleras que quedan fuera del
complejo. Ahí, hay gente como yo esperando a sus amigos para entrar a ver ya el
calentamiento de los jugadores. Quedan escasos cuarenta y cinco minutos para
que el balón eche a rodar. En este mismo lugar, me fijo en un
chico argentino, de unos 25 años, con
una chaqueta de
Boca y barba de más
de un mes, que a cada persona que pasa a su lado le recita la misma oración “
Disculpe, ¿no tendrá un carné de más?“.
La respuesta es obvia. El muchacho se quedará sin ver el partido. Pero es que
la ilusión que se reflejaba en sus ojos, la tristeza de no poder ver a Messi en
directo que se le notaba en la cara era tal, que si mi compañero llega a tardar
dos minutos más, le doy yo la entrada que me sobraba y me iba con él a dentro.
Por suerte para mi amigo,
llegó a tiempo.
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ROAD TO BERLIN |
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Fachada principal del Camp Nou. |
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Curiosa camiseta de un aficionado. |
Ya dentro del Camp Nou, encontramos nuestra boca, nuestros
asientos. Justo a tiempo para escuchar recitar al speaker la alineación del
equipo visitante. Para mi sorpresa, el nombre de
Pep Guardiola no iba a ser mencionado, y con ello, desaparecía la
posible ovación del campo al que fue su entrenador.
Llega el once del Barça, el once de gala. El campo está lleno, y
antes de que salten los jugadores suena el himno
. El campo se tiñe de blaugrana con el mural. Justo me da para
levantar la cartulina, cantar el himno y grabar la escena. Brutal. La primera
parte del himno acaba, se apaga la megafonía, pero
el Camp Nou sigue cantando acapella la segunda estrofa, esa que
solo los culés saben. Se acaba. Los jugadores saltan al campo. Todo el mundo
sigue de pie, el mural aún se aguanta, y cuando están en fila los 22
protagonistas, suena el más mítico himno que el mundo del futbol nunca ha
escuchado.
El himno de la Champions.
Vello de punta. Hacía tiempo que no
venía a un encuentro de Liga de Campeones; de hecho el último que presencié fue
el descafeinado Barça – Bayern en el que nos ganaron 0-3. Qué cosas. Se acaba
el himno. Esa finalización en que todo el mundo corea para sí mismo la
traducción directa de
“¡¡la Champiooooons!!” sin atreverse
a cantarla. Una canción que no se canta, pero que se siente. Acaban las
presentaciones, se va difuminando el
“WE
ARE READY” que mostraba la grada, y llega la hora de los “
Almogàvers”,
que justamente están en frente mío. Como
siempre, los primeros minutos del match fueron los más entretenidos, la gente
cantaba y animaba como los grandes días, y la buena imagen del Barça hizo
alargar este estado hasta el final de la primera parte, cuando daba la
sensación de que
habíamos perdonado al
Bayern.
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Foto tomada desde mi posición, a escasos minutos de que los jugadores saltasen al campo.
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El espectacular mural desde la tercera gradería. |
La segunda parte empezó más fría, el dominio inicial bávaro
puso en jaque los nervios de los aficionados culés y en ese momento es cuando
los aficionados alemanes se hicieron grandes. En la parte más alta del campo,
empezaron a cantar y a saltar,
totalmente coordinados, demostrando que
la
hinchada del Bayern es una de las mejores de Europa. Los culés, que no
podemos presumir de ello, que normalmente
vamos
al campo como aquél que va al teatro, mal acostumbrados por el genial juego
que se vive en el Camp Nou quizás, quisimos contratacar pitando y cantando aún
más fuerte, pero la tensión del partido impedía quitar los ojos del terreno de
juego.
Entonces llegó Messi
y todo se acabó. El Camp Nou se rindió: se dejó la voz ovacionando al
mejor. De ahí hasta el final del partido la grada fue una fiesta y a cada gol
que subía al marcador, la alegría aumentaba y la voz se quedaba corta para expresar la felicidad que corría por
las venas de los hinchas. A mí, por mala suerte, me tocó vivir los goles des de
la portería más lejana, y no supe apreciar en el segundo gol la burrada de
Messi hasta que lo vi en televisión. Si lo hubiera hecho en el campo, no sé cómo
habría reaccionado. Con el gol de Neymar, momento que el campo ya se estaba
vaciando de esa gente comúnmente conocida en Barcelona como “tribuneros”,
se dio por cerrado el partido, abandoné mi sitio y por los pasillos interiores,
arrastrado por una corriente de gente buscando la salida, cantamos el himno del
Barça a la vez que nos íbamos. Algo
especial.
Ya en la calle, aun se oían inicios de cánticos en las
cercanías del estadio. El partido había sido un éxito rotundo, y la gente quería celebrarlo por todo lo alto,
después de haber expulsado ese nerviosismo que tenían dentro. Al final, en el
que iba a ser su partido, Pep no fue
nadie en una noche que volvió a ser de Messi. O más que de Messi, del
Barça. En el campo se sintió como una revancha contra el propio Bayern por lo
de hace dos años, y a la vez como una manera de quitarse complejos frente a un pasado que aún estaba muy vivo en el
Camp Nou. Parecía haberse enterrado para siempre el fantasma de Guardiola, del
tiki-taka, parecía que el Barça había saldado la deuda que tenía pendiente con
el futbol.
Volviendo ya en metro, esta vez entre aglomeraciones de
gente, las caras que veían reflejaban tranquilidad y felicidad, aun no siendo
conscientes de lo cerca que quedaba Berlín de les Corts tras ese partido. Con cara de aun no creerse lo que
habían vivido en lo que iba a ser un
miércoles especial y que lo acabó
siendo, pero no por Pep, sino por el
Barça en general.